Buscando Fortuna ha preparado un cuentacuentos para las y los peques del barrio, cargado de valores y ganas de disfrutar de la literatura.
Por David Encabo, Alejandro Fernández, Yéssica Romero, Álvaro Ruano y Alejandro Sanz.
En Buscando Fortuna uno de nuestros objetivos es difundir los valores de la interculturalidad desde una perspectiva comunitaria y educativa, siendo este un sello personal propio de Asociación Garaje. Así que, para llegar a nuestras vecinas y vecinos más pequeños, hemos preparado un cuentacuentos titulado El extraño visitante, que próximamente representaremos en el Centro Educativo de La Fortuna. Os dejamos aquí el texto, del que esperamos que disfrutéis tanto como en Buscando Fortuna ya hemos hecho durante su redacción.
En un lugar recóndito de la selva vivía una manada de monos capuchinos. Allí eran felices y compartían su vida, su alimento, los ratos de juego y hasta las pulgas. Su casa se encontraba tan adentro de la profunda selva que muy pocos animales eran capaces de llegar hasta allí. Apenas sabían de su existencia unos cuantos pájaros y alguna que otra rana o lagarto, pero de esos que son amigables.
Una mañana se acercó al grupo un mono, pero no un mono cualquiera. Jamás habían visto un mono tan raro y eso sorprendió a los miembros más jóvenes de la manada, que comentaban entre sí:
- ¿Qué le pasa a ese mono? ¿Le ha picado algo en el culo?- dijo la monita Lía.
- No lo sé, pero ¿Habéis visto esas ojeras? Parece que no ha dormido en toda la noche- contestó su hermana mayor Lúa.
- ¡¡Y mirad qué gris es!!- dijo otro mono que andaba por allí.
- Es verdad, parece que está sucio- añadió Lúa.
Ese mono tan peculiar se llamaba Tao, y al oír los ruidos decidió acercarse para preguntar algo al resto de monos.
- Hola amigos primates. Me llamo Tao y he venido hasta aquí porque me han dicho que sólo en este lugar crece una planta que necesito. Llevo andando durante una semana entera- se presentó muy sonriente Tao.
– ¿Y en ese largo camino es dónde te han picado en el culo?- le preguntó un mono riéndose de él.
– No me ha picado nada, lo que pasa es que soy un mono mandril, y todos los mandriles somos así y tenemos el culo colorado- le respondió Tao mientras no paraba de rascarse los granitos de la varicela.
- ¿Y por qué no dejas de rascarte? Parece que estás plagado de pulgas- le preguntó Lúa entre carcajadas.
- Es que tengo la varicela y estaba buscando una… ¡Por todos los primates! ¡Aquí está la planta que estaba buscando! ¡Al fin me curaré!- Tao se restregó la planta por todo el cuerpo sintiendo un inmenso alivio.
- Miradle, ¡¡vaya cara pone!!- se burló uno de los monos.
- Restriégatela en el culito, ¡a ver si te encoge un poco!- se burló Lúa haciendo que el resto de monos rompiese en una gran carcajada.
- Yo me voy de aquí, sois unos monos muy desagradables y no hacéis más que reíros de mí- Contestó Tao muy enfadado mientras se iba por donde había venido.
Entonces Lúa, una de las monitas más pequeñas de la familia, fue a contarle al abuelo, el mono más viejo y sabio de la manada, lo que había pasado con intención de hacer que también él se riera. Entre risas le relataba:
- Abuelo, ha venido un mono más raro…
- ¿Y por qué era raro?- le preguntó el abuelo.
- No dejaba de frotarse con unas hojas de color verde. Yo y el resto de monos no podíamos parar de reír – dijo Lúa riéndose por el recuerdo.
- ¿Y por qué más era raro?- insistió el abuelo.
- Tenía el culo gigante y rojo, lo más raro que he visto en toda mi vida- le contestó Lúa.
- Y entonces ¿Qué pasó Lúa?
- Que el mono se fue por donde había venido ¡Me duele la tripa de tanto reír!- dijo Lúa sin poder parar el ataque de risa.
- Lúa no está bien reírse de los demás. A veces hablamos de lo que no entendemos y nos dejamos llevar por las apariencias. Que él fuera diferente a ti no quiere decir que fuera peor. Has perdido la oportunidad de conocer cosas nuevas- dijo el abuelo muy serio.
- ¿Pero abuelo…?- contestó Lúa .
- No, no hay más que hablar- le cortó rápidamente el abuelo.
- ¿Pero…?- volvió a insistir la monita.
- Vete y reflexiona sobre lo que te he dicho- dijo el abuelo mientras le daba la espalda al Lúa para zanjar así la conversación.
- ¡Juuum!- se quejó Lúa muy resignada.
La pequeña monita se marchó pensativa y un poco molesta por la bronca que le había echado el abuelo. No entendía por qué le había regañado si todo el mundo se había reído. Mientras estaba sentada pensando acerca de lo ocurrido, observó a su hermano pequeña.
- Cómo pica, ¡Que pare ya!- se quejaba Lía mientras se rascaba todo el cuerpo.
- Déjame quitarte las pulgas- le dijo Lúa mientras miraba entre el pelaje de su hermana pequeña- Pero espera… no tienes casi pulgas, tienes las de siempre ¡Qué raro!
- Eso debe ser varicela, yo la pasé el año pasado y me dio una fiebre… Estuve enfermo varias semanas y me picaba todo el cuerpo- comentó un mono que andaba por allí buscando plátanos.
- Hermanita, yo no me quiero enfermar tanto tiempo- sollozó Lía.
Entonces Lúa se acordó de aquel mono tan raro del que se había reído esa misma tarde. Creía recordar que había dicho que venía en busca de una hierba para aliviar el picor de la varicela. El problema era que la selva estaba llena de todo tipo de plantas y ella no sabía cuál era la correcta. Así llegó a la conclusión de que lo único que podía hacer era ir en busca de Tao, el mono mandril.
– ¡Taaaooooo! ¡Taaaaooooo! ¿Dónde estás? Necesito tu ayuda ¡Taaaoooo!- gritaba Lúa desesperada.
Tras horas buscándole en plena noche lo encontró al fin acurrucado en el tronco de un árbol.
– ¡Por fin te encuentro! ¡Necesito tu ayuda! ¡Despierta, vamos!- dijo Lúa tirándole del brazo.
– ¡Un momento! ¿Por qué tendría que ayudarte si me habéis tratado fatal? Os habéis reído de mí y habéis herido mis sentimientos sin yo haceros nada- le contestó Tao mientras se quitaba las legañas.
– Lo siento mucho Tao, tienes razón y no lo volveré a hacer. Pero ahora ¡Mi hermana está enferma y necesito tu ayuda!- le suplicó Lúa.
- Y más lo siento yo, no pienso ayudar a monos sin corazón que se dedican a reírse de los demás sólo por su apariencia. Ahora vete y déjame seguir durmiendo- contestó Tao mientras se acurrucaba de nuevo en la rama del árbol.
Entonces Lúa se quedó pensando y recordó lo que le había dicho el abuelo:
“No está bien reírse de los demás. A veces hablamos de lo que no entendemos y nos dejamos llevar por la apariencia. Que él fuera diferente no quiere decir que fuera peor que tú. Has perdido la oportunidad de conocer cosas nuevas.”
- Supongo que es el castigo que tenemos que tener por haber tratado mal a otro animal. Nunca habría que tratar mal a nadie, ni permitir que los demás lo hagan- reflexionó Lúa para sí misma.
Entonces Lúa se fue muy triste por donde había venido. Tao estaba muy enfadado, pero no podía evitar sentir remordimientos. Por eso decidió seguir a Lúa, para así ver qué tipo de mona era y si realmente se merecía su ayuda. Por el camino de regreso a la manada Lúa se encontró con una serpiente:
- SSSS, ssss, SSS… Eh monita, sí tú- dijo la serpiente para llamar la atención de Lúa.
- ¿Me dices a mí?- preguntó Lúa mirando a su alrededor.
- ¡Sí a ti! ¿Podrías ayudarme? Se me ha caído una roca en la cola y no me puedo mover, estoy atrapada- dijo la serpiente mientras apuntaba con su lengua a la piedra que le aplastaba la cola.
- ¡Claro que te ayudare! – Lúa se acercó rápidamente a la roca, pero cuando fue a levantarla dudó un momento- Pero… ¿No serás una de esas serpientes que se comen a otros animales? Ahora que lo pienso eres más grande de lo normal y nunca te había visto por aquí.
- No te preocupes, soy carroñera, lo que quiere decir que sólo como los restos de animales que ya han muerto. De esa manera ayudo a que el bosque esté limpio y a que no se contagien enfermedades- le aclaró la serpiente.
- ¡Anda! ¡Mira qué maja! Bueno pues voy a liberarte y me voy corriendo, que mi hermanita está enferma de varicela y estoy muuuuy preocupada por ella.
- Pues yo conozco un remedio natural para eso. Es una planta roja que crece aquí cerca. Si me ayudas te ayudo a encontrarla- le indicó la serpiente.
- ¿De veras? ¡¡Muchiiiisimas gracias!!- contestó Lúa muy feliz.
- Ufff, por fin puedo moverme, qué alivio. Pues la planta es aquella de allí- apuntó la serpiente con su cola ya liberada.
- Muchas gracias, seguro que con esto ayudó a mi hermanita.
- Se te ve muy cansada, ¿Por qué no la pruebas un poco? Te dará fuerzas para continuar el camino- sugirió la amable serpiente.
- Muchas gracias amiga serpiente- dijo Lúa mientras se acercaba la planta a la boca.
- ¡Espera! ¡No lo hagas! ¡Esa planta es venenosa!- dijo de repente Tao saliendo de entre unos arbustos.
- ¿Qué?- contestó Lúa muy asustada.
- ¡Sí! ¡Quiere que la pruebes para que te envenenes y así poder comerte!- le explicó Tao.
- ¿Es verdad eso que está diciendo serpiente? ¡Me dijiste que no comías animales vivos!- le preguntó muy enfadada a la serpiente.
- Y así es, yo no como animales vivos, solo como animales muertos, por eso quería envenenarte…– admitió la serpiente.
- ¿No te da vergüenza? ¡Yo te he ayudado!
- Tienes razón pero es que tengo mucho hambre…- confesó la serpiente muy triste.
- Pues toma un plátano, y deja en paz a los animales- le dijo enfadada Lúa.
- Oye pues esto no está tan malo, está muy dulce, igual no es tan malo eso del vegetarianismo….- reflexionó la serpiente mientras se alejaba comiéndose el plátano.
- Muchas gracias Tao, me has salvado. Ahora tengo que irme, estoy muy preocupada por mi hermanita- le agradeció Lúa a Tao, el mono mandril.
- ..- dijo Tao.
- ¿Sí?- preguntó Lúa.
- Te he seguido y he visto que eres una buena mona. Has ayudado a otro animal desinteresadamente y te has parado a pesar de tener mucha prisa. Creo que me he confundido contigo- confesó Tao.
- No te has confundido, yo me reí de ti y eso está muy mal- admitió la pequeña monita.
- Bueno, todos nos equivocamos, un error lo comente cualquiera. Te ayudaré si has aprendido la lección y si prometes que no volverás a reírte de nadie ni a criticar su apariencia- le dijo el mandril.
- Lo prometo Tao. ¡¡Muchas gracias!! ¡¡No volverá a ocurrir!!- contestó rápidamente Lúa.
- Pues venga, corramos hacia la aldea.
Ambos se cogieron de las patitas y corriendo en dirección a la aldea. Cuando llegaron a la manada la hermanita pequeña de Lúa, Lía, había empeorado. La familia intentaba consolarla y bajar su temperatura abanicándola pero nada parecía funcionar.
- Mirad traigo a Tao, él sabe cuáles son las hojas que pueden curar a Lía- dijo Lúa muy contenta.
- Son estas de aquí- indicó Tao sin perder el tiempo.
- ¿Y por qué deberíamos de fiarnos de él? Es raro- preguntó uno de los monos de la manada.
- Confía en él, me ha salvado… Es mi amigo y sabe muchas cosas de la selva- les contó Lúa al resto de monos.
Entonces los monos se apartaron para que Tao pudiese llegar a la monita enferma. En cuanto puso las hojas sobre su piel la monita empezó a mejorar y pronto abrió los ojos.
- ¡Mirad! ¡Parece que está despertando!- dijo Lúa muy contenta.
- ¡Síííííí!, ¡viiivaaa ha funcionado! Muchas gracias Tao, siento haber desconfiado de ti- dijo el mono que unos instantes antes había dudado de las intenciones de Tao.
- Eres el mejor, perdona por habernos reído de ti- dijo otro de los monos– tienes que enseñarnos más cosas. ¡Eres increíble!!
- Estoy muy orgulloso de ti Lúa, has aprendido a dejar de lado los prejuicios- le dijo el abuelo a Lúa dándole un fuerte abrazo.
A partir de entonces Lúa y el resto de monos entendieron lo que quería decir el sabio abuelo:
“Todo el mundo tiene cosas valiosas que aportar, sólo hay que darles la oportunidad de hacerlo. Si juzgas a alguien a primera vista, nunca sabrás lo mucho que te podría haber ayudado a crecer”.
Y colorín colorado, este cuento ha acabado.